viernes, 30 de julio de 2010

20.

"I'm solo, I'm ridin' solo". - Jason Derulo. "Ridin' Solo".

20.

Habíamos salido por Londres, los chicos, Giovanna, Georgia y yo. No podía decir que Georgia me cayese mal, era simpática y agradable, pero lamentablemente, no me caía la mitad de bien que Giovanna. Quizá porque la pareja que hacían Giovanna y Tom siempre había sido mi favorita, y porque lamentablemente, sentía que Georgia estaba con Danny Jones sólo porque eso la empujó al estrellato, pero yo no era nadie, absolutamente nadie para juzgarla.
Estuvimos toda la tarde hablando, paseando, y viendo como Dougie y Danny hacían el idiota por las calles de aquella preciosa ciudad. Un Starbucks, helados, London Eye... No sé, había tantísimas cosas que ver y que yo ya había visto, pero que con ellos, todo era diferente, muy diferente. Me quedé apartada del grupo cuando llamaron a mi móvil. Me paré en medio de la calle, y respondí, con una calma que era propia de mí.
En esos minutos, notaba que el mundo se me venía encima, eso era tan imposible, tan estúpido... Suspiré frustrada, notando como mis ojos luchaban por retener las lágrimas, todo era demasiado bonito, algo tenía que fallar en todo eso. Y sí, falló, de la peor forma posible, de la forma más dolorosa posible... Me limpié un par de lágrimas furtivas que quisieron cruzar mi rostro con el dorso de la manga, y caminé hasta donde estaban los chicos.
-Me voy a casa-dije mirándoles.-No me encuentro demasiado bien, creo que el helado me ha sentado mal.
-¿Quieres que te acompañemos?-inquirió Giovanna preocupada.
-No, no, Gi-sonreí agradecida.-Será mejor que coga un taxi y vosotros sigais disfrutando del día por Londres.
-Yo te acompaño-insistió Dougie.
-No-negué de nuevo.-No hace falta.
Abracé a Dougie y besé su mejilla. Me despedí del resto del mismo modo, y pedí a Georgia y a Giovanna que los vigilasen por mí. Ojalá y pudiese decirles que me ocurría realmente, pero no. No me gustaban las despedidas, sería mejor irme ya. Cogí un taxi casi enseguida, y le dí la dirección de la casa de Aaron al taxista, como media hora después, estaba delante de la casa de la familia Carter. Pagué al taxista, y entré corriendo en la casa, subí a mi cuarto, y empecé a hacer las maletas. Notaba como las lágrimas recorrían mis mejillas, y se perdían en mis labios, tenían un sabor amargo, tan amargo, que en el fondo de mí, dolían, cada una de ellas, dolía de una forma inimaginable. Conseguí un billete por internet, para ese mismo día, no podría haber tenido más suerte me parecía.
El cuarto estaba listo, vacío de todas mis cosas. Me senté delante del escritorio, y escribí una carta para la familia Carter, y una carta especial para Aaron, al menos a él, le contaría lo que había ocurrido, o quizá, algún día volvería a hablar con él. Le agradecí la guitarra, le dí formas de comunicación conmigo y después doblé las cartas, la de Aaron y la de la familia Carter.
Encendí la cámara de video de Aaron y me senté sobre mi cama, empecé a hacer la despedida para los chicos, eso era mucho mejor que plantarme delante de ellos y decirles todo lo que tenía que decirles... Pero no tenía el valor y mucho menos la fuerza necesaria para hacerlo, así que, esa sería una buena despedida, suponía.
Metí la cinta en un sobre, y llamé a un taxi, en diez minutos estarían en frente de la puerta. Salí de mi cuarto con las maletas, y entré en el dormitorio de Aaron, para dejar la carta para él sobre su cama. Después dejé la carta para la familia Carter encima de la encimera de la cocina, donde sabía que la leerían fijo. Salí de la casa, cerré la puerta con llave, y dejé las llaves metidas en el buzón de la familia. Luego caminé hasta la casa de los chicos, y metí el sobre en el buzón, de forma que asomase para que ellos supiesen que tenían que verlo. Realmente sabía que esa noche ninguno iba a ver el sobre, así que, esperaba que al día siguiente, todos estuviesen allí para verlo, o al menos, que lo viesen.
Suspiré cuando el taxi llegó, me monté y le pedí que me llevase al aeropuerto. Durante el trayecto no paré de llamar a mi madre. Pero no respondía, y mis tíos tampoco. Joder... Volví a limpiarme las lágrimas de los ojos. Pagué al taxista cuando llegamos al aeropuerto, entré casi corriendo en el edificio, facturé lo más rápido que pude, y en menos de dos horas, ya estaba esperando en la cola para que se abriesen las puertas del avión y poder subir.
Cuando me senté en el avión, sentí como si algo muy especial se quedase en Londres. Notaba que volvía a llorar, pero esa vez, ya no me importó demasiado... Me pusé el Ipod y la carpeta de McFly, oir sus voces aunque sólo fuesen por un aparatito, era muchísimo mejor que no volverles a oír nunca. Al menos me quedaba ese consuelo.
Cuando el avión aterrizó en Madrid, aun me quedaba un par de horas de viaje hasta llegar a Salamanca (N/A: Es la única ciudad que me conozco, ¿vale? ¬¬'' xD). Cogí el primer autobús que pude, y me quedé dormida en el trayecto, pero al llegar a Salamanca, a la estación de autobuses, lo que menos quisé coger fue un taxi. Bajé corriendo la cuesta de la facultad de derecho, y giré casi chocandome contra una farola. La calle estaba desierta a las doce y cuarto de la noche, y yo, con mi maleta de ruedas, la guitarra colgada al hombro, y hecha un desastre, corría por aquella calle como si mi vida dependiese de ello. Al llegar al hospital universitario, mi corazón estaba situado en mi garganta, y me faltaba la respiración. Me acerqué a recepción y pregunté por esa habitación que me había hecho volver de Londres. Cuando tuve la dirección, inmediatamente, cogí el ascensor y pulsé el botón. Recorrí el pasillo del hospital, y pude ver a mi madre, abrazando a mi padre, allí parados delante de la puerta de la habitación. De su habitación.
-Nat-sollozó mi madre abrazándome.-¿Qué haces aquí?
-Es Alex... Es mi hermano-lloré, llevaba aguantandome un buen rato, pero eso era demasiado para mí.
Mi padre me abrazó con fuerza, y yo sollocé aun con más fuerza, descargando toda mi rabia, frustración, miedo, temor, todo lo que sentía. Sabía que eso era demasiado para cualquier persona, y sabía que seguramente, mis padres lo estarían pasando peor que yo.
-Está despierto-me susurró mi padre besando mi cabeza, como hacían los chicos, allá, en Londres... Qué lejano parecía todo en esos momentos.
Yo asentí torpemente, me limpié las lágrimas con movimientos temblorosos y entré en la habitación. Sólo estaba él, tumbado en la cama, con el abdomen vendado, y la pierna izquierda escayolada. Suspiré algo más calmada, tampoco había sido tan grave a fin de cuentas. Me acerqué a la cama, y me senté a su lado, mirándole. Alexander no creía lo que veía, podía leerlo en sus ojos.
-Tú deberías estar en Londres-murmuró con voz ronca.
-Calla, idiota-conseguí decir mientras luchaba por no llorar.
-Siento haberte estropeado las vacaciones, enana-me agarró la mano.-Lo siento muchísimo.
-No ha sido culpa tuya, ¿vale?-besé su mejilla.-No me habría perdonado si hubiese seguido en Inglaterra mientras tú...
Le miré de arriba abajo, con todas esas vendas, y los puntos de su torso vendados también. Solté una risilla nerviosa, y él me miró, alzando una ceja.
-Pareces el muñeco de michelín con tanto blanco ahí puesto-reí mientras notaba como nuevas lágrimas volvían a surcar mi rostro.
-¿Ah sí?-rió conmigo, con su preciosa sonrisa.-Me alegro que te resulte tan divertido, mocosa.
-Te quiero-dije abrazándole, intentando no hacerle daño.-Te quiero mucho, muchísimo.
-Y yo-pasó sus brazos por mi espalda, reconfortándome.-Yo también te quiero, hermanita.
Sonreí de nuevo. Uno de los chicos más importantes de mi vida, estaba bien, estaba a salvo, y estaba conmigo.

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